Fortuna y Testamentos
Durante el período del Renacimiento, las fortunas de las familias genovesas eran transferidas al primero y segundo hijos, mientras que para las hijas se establecían dotes. La familia Balbi observaba esta tradición. Efectuaban una distribución pareja de la fortuna, incluidos edificios, hogares y tierras. En la distribución participaban los hijos naturales, considerados integrantes de la familia, quienes recibían parte de la herencia a la muerte de su padre. Las mujeres tenían dentro de la familia mucha autonomía y con frecuencia dejaban su fortuna a sus hermanas, hijas u otras mujeres de la familia.
En su testamento Gio Francesco I exhortaba a sus hijos a que se amaran, fueran fieles y se apoyasen unos a otros, y nunca olvidaran el amor que su madre y su padre les profesaban y seguirían sintiendo por ellos. Les aconsejaba que estudiasen con ahínco y no les distrajera ningún entretenimiento, haraganería o vicio, por sobre todo la herejía y en especial contra la República. Les recomendaba que no dejaran que nadie les engañara con promesas de ganancias ilegales. Advirtió también a sus hijos que era mejor morir con menos fortuna que aceptar enriquecerse sin saber de dónde provenía el dinero.
Continuó aconsejándoles ser moderados en sus gastos y ayudar al pobre y al necesitado. Indicó a sus hijos varones que amaran y cuidaran de sus hermanas asegurándose que no se involucraran con gente inescrupulosa y que protegieran su reputación. Su viuda, Bettina Durazzo Balbi, también confirmó en su testamento la importancia de la solidaridad familiar y la necesidad de respetarla. Muchos de estos mismos sentimientos serían luego reiterados en el testamento de Bartolomeo II, sobrino de Gio Francesco I, que era hijo de Gerolamo I.
En la Génova renacentista, la dote de cada hija se establecía por individual, tomando en cuenta si la hija se casaba contando con el beneplácito de la familia, o sin su aprobación, o si entr aba a un convento. Catorce de las dieciséis mujeres de la familia Balbi que se hicieron monjas lo hicieron durante el siglo 17. La familia de una mujer que se recluía en un convento tenía que asumir la responsabilidad de mantenerla a lo largo de su vida, lo cual suponía un gasto considerable. Los Balbi se aseguraban de que las mujeres de la familia que optaban por recluirse en un convento pudieran vivir dignamente. Por ejemplo, cuatro de las hijas de Stefano Balbi se hicieron monjas, y él se aseguró de que vivieran juntas en el Convento de San Pablo. Los conventos no sólo eran santuarios religiosos para las mujeres sino que además proporcionaban albergue a aquellas que enviudaban, enfermaban o necesitaban asilo.